Retomada la terapia después del verano la semana pasada tuve sesión individual con la psicóloga y la tradicional semanal reunión del grupo. En el grupo hubo, como cada vuelta del verano, noticias desagradables que ya contaré (o no), hoy me centraré en la sesión con la psicóloga.
Además de los comentarios personales sobre el transcurrir del verano, fruto de la confianza y conocimiento que producen más de una treintena de visitas ya, hablamos de tres cosas y señales que tuve durante el verano relacionadas con el juego.
La primera de ellas tiene relación con los sueños. No es algo habitual pero a veces sueño que juego. No es que sea una pesadilla pero no es agradable ya que te despiertas preguntándote por qué coño sueñas con eso si es algo que ya no forma parte de tu vida. No hay que darle más importancia ya que los sueños son algo absolutamente incontrolable.
La segunda son los recuerdos. Expliqué a la psicóloga que a veces me vienen recuerdos a la cabeza de cuando jugaba y curiosamente son todos buenos. Jugadas que te han hecho ganar dinero, días buenos de ganancias… Es evidente que la realidad no es esa. Jugar compulsivamente es perder sin remedio pero en cambio mi cabeza se empeña a veces en traerme solamente esos recuerdos buenos, recuerdos placenteros. Son preocupantes ya que son recuerdos traicioneros que sin duda pueden hacerte volver a jugar. El nombre que tiene esto es DISTORSION COGNITIVA. Digamos que es una traición de tu cerebro. Te plantea una situación distorisionada y que puede ser peligrosa en casos como la ludopatía. Gracias a la terapia consigo identificarlos y sé que no son reales. De ahí que me llamen la atención. Probablemente si no estuviera en terapia y no tuviera límites para impedir que juegue me vendrían esos muy buenos recuerdos y comenzaría a jugar sin más. Así de fácil…. y así de complicado discernirlo.
La tercera cosa fue una identificación también de un momento débil. Por motivos laborales tenía unas horas libres para comer y sentí que no debía ir a comer a un bar. No sé el por qué, no puedo asegurar que tuviera ganas de jugar pero sí puedo asegurar que sentí que ese día no debía hacerlo. Y no lo hice. Lo decidí bien temprano porque bien temprano me sentí nervioso y con un sentimiento raro… pero una vez más la noticia fue que identifiqué una sensación una debilidad.
Como véis, la vida sin jugar a veces no es fácil. No es un tormento de vida pues tormento era cuando jugaba pero tienes que analizarte muy a menudo y saber que tienes que tener continuamente la alarma puesta, además de poner límites a la posibilidad de jugar, reducirla si es posible a cero (no bares, no dinero, no tarjetas, justificación de TODOS los gastos…)
Así pues, buenas noticias. Estar en terapia hace que identifique todos estos síntomas y plantearlos a la psicóloga hace que los pueda comprender. Como ya he dicho muchas veces, dejar de jugar sin ayuda es imposible. Podrás dejar de jugar una semana, un mes, años pero tarde o temprano lo volverás a hacer. La terapia no te asegura no hacerlo pero te hace comprenderlo todo, saber que se trata de una enfermedad más grave de lo que parece…. y que la rehabilitación depende exclusivamente de tí con la ayuda de la terapia. Por desgracia, no hay pastillas ni jarabes ni inyecciones que te curen. Es muchísimo más difícil, pero es posible.